Nadie entiende, por el momento, por qué un entrenador desconfiado – con razón o con razón, esto lo dirá el tiempo – debe permanecer en el banquillo. La cumbre de ayer de la directiva decidió dar luz verde a Lopetegui para el partido con el Espanyol, una confirmación a tiempo porque está claro que una parte del club ya no lo quiere ni tampoco una gran parte de la afición.
¿Y ahora el entrenador que le regaló al Sevilla un título europeo y tres veces consecutivas llevó al club a la Champions que se supone que debe hacer? ¿Esperar que se haga una goleada en Barcelona y Copenhague en cuatro días y luego parar Villareal (a domicilio otra vez) y Atlético Madrid (en casa)? Es la única manera de salvar el banquillo.
Es obvio que el Sevilla tiene las posibilidades técnicas (y tácticas) para lograr ciertos resultados, pero los últimos partidos han revelado un equipo frágil mentalmente, que se deshace a la primera dificultad. Reconstruir la unidad mental del grupo no se consigue en pocos días, aunque las victorias ayudan.
Pero quedamos en la confusión – la que asusta a los aficionados – la de que no está claro cuánto el club confía, hoy, en Lopetegui. Habría sido mejor decir adiós a un entrenador que ha dado mucho al club y que merece no ser expuesto públicamente como el responsable de todo. Él no es el culpable o al menos el único culpable de este terrible comienzo de temporada del Sevilla.