Nunca se pierde un partido por una sola causa. Por ejemplo, ayer en el Sánchez Puzjuan el Sevilla jugó muy por debajo de sus posibilidades: mediocampo con poco oxígeno, poca creatividad, juego en las manos del adversario. Esto era suficiente para ir bajo el agua con un Barcelona que parecía muy lejos de estar en crisis, incluso listo para levantar la cabeza y jugar sus cartas para la conquista de la Liga, ahora posible. Ayer jugadores como Piquè, el inagotable Jordi Alba, Dembelè en los arranques fulminantes, hicieron la diferencia. No es sólo eso.
También para perder se necesita un árbitro que ha fallado casi todo, como pocos se encuentran en una temporada. La falta de Messi en el 43 de la primera parte, que le habría costado la tarjeta amarilla, es una falta poco interpretable por quien dirige el partido. Está ahí. El reglamento dice, también hoy y mañana porque no ha expirado, que Messi debía ser expulsado.
Ahora, que Lionel sea quizás el jugador más fuerte del mundo y que haya demostrado a lo largo de su carrera un fairplay sustancial, no exime al árbitro de tomar las decisiones correctas. Si no hubiera sido Messi – es difícil decirlo de esta manera – probablemente no habría sido perdonado. Y aquí el árbitro decidió el partido. Jugar con o sin Messi es totalmente diferente. No queremos comentar la mano de Lenglet, que también nos ha parecido clara. Pero tener una ventaja tan evidente fue un milagro para el Barca.
Ayer protestamos y luchamos poco, no es un hecho sevillista, al menos del equipo lo que admiramos. Había que poner algo más, como lo exigen los grandes partidos. Pero, es justo olvidar, no pasa nada y el miércoles estamos de nuevo en el campo para conquistar la final de la Copa del Rey. Justo contra el Barca. Vamos a ver si los jugadores estarán tan motivados como todos los aficionados. Estamos convencidos de ello, aunque hoy pasemos el domingo con amargura en la boca.