A veces los ricos se disfrazan de Robin Hood y hacen pensar a los más desafortunados que están de su lado, al menos durante el tiempo que sirve para cobrar los cumplidos. Sucede en Qatar en estos días: Alemania, que haría mejor en pensar cómo afrontar a España si no sale del Mundial, se pone una mano en la boca, a apoyar los derechos negados en ese país; Harry Kane, el cpitano de Inglaterra, lució un Rolex de 135.000 dólares, el Daytona Rainbow, para mostrar al mundo entero que es un arco iris.
Seamos claros, siempre es mejor protestar, o al menos intentarlo, que callarse. Pero estos desesperados intentos de multimillonarios que patean un balón, muchos de ellos sin arte ni parte, este enorme deseo de conmover al mundo pero solo antes y después de la publicidad televisiva, francamente, son hechos que molestan. Las protestas de los jugadores no servirán de nada: los gays en Qatar seguirán en la cárcel, la discriminación continuará. La vida también volverá a la normalidad para los jugadores que protestaron tibiamente después del 18 de diciembre, cuando las luces de este Mundial también se apagaran.