Hará compañía al cous cous norteafricano, a la cerveza belga, al lavash armenio, a la dieta mediterránea. La baguette ha entrado en el templo de los elegidos, es patrimonio inmaterial de la humanidad. Más que el producto en sí, la UNESCO quiere premiar la artesanía, la competencia técnica que se transmite de generación en generación. Lo mismo vale para la pizza: se protege “el arte del ‘pizzaiolo’ napolitano” que es manualidad e identidad de una comunidad.
La corteza de la baguette, para adentrarnos en la “ganadora” de ayer, debe ser crujiente y la miga blanda, pesar 280-300 gramos (la tradicional, luego existe la “flute” de 400, la “ficelle” de 125 y la “demi”, la media), nunca debe ser congelada y hecha solo de agua, harina de trigo, levadura madre y 18 gramos de sal por kg de harina. El pliego de condiciones es tan estricto que cada año en Francia se organiza un concurso para la mejor baguette en la que participan los panaderos de todo el país. Quien gane, abastecerá al Elíseo todo el año.
Patrimonio inmaterial de la humanidad son los alimentos que unen a un pueblo: el cous cous porque “mujeres y hombres, jóvenes y ancianos, sedentarios y nómadas, del mundo rural o urbano, así como de la emigración, se identifican con este plato símbolo de vivir juntos”, el kimchi porque es coreano, ni del Sur ni del Norte, el lavash une a muchos países como Armenia y Azerbaiyán (en guerra entre ellos actualmente), Irán, Kazajstán, Kirguistán y Turquía, la dieta mediterránea que une a todos los países ribereños del mismo mar, uno “estilo de vida que incluye una serie de habilidades, conocimientos, rituales, símbolos y tradiciones relacionadas con el cultivo, la recolección, la pesca, la cría, la conservación, la cocina y, sobre todo, el intercambio y el consumo de alimentos. Comer juntos es la base de la identidad cultural, los valores son los de la hospitalidad, la vecindad, el diálogo intercultural y la creatividad”.
