Su “bombo” es desde siempre la imagen de la afición española en los Mundiales (y no solo). Pero por primera vez en cuatro décadas Manolo (de apellido Cáceres Artesio, de Valencia), no existe. Lo buscaron en las gradas de Qatar (sería su undécimo Mundial) pero sin éxito. Se quedó en casa y sigue los partidos desde su bar frente al Mestalla. “Estoy muy triste. La Federación no quiere hacer nada por mí. Y lo siento muchísimo. La gente me dice: verás, te llamarán, pero ya no confío en nada”.
Siempre le han pagado viajes, alojamiento y billetes para apoyar a La Roja. “No me han dado ninguna explicación. Me sorprendió, pensé que me dirían que en dos o tres días resolverían el problema. Pero no fue así”. Alguien le ha preguntado por qué, especialmente en tiempos de crisis, debe viajar gratis. “Siempre llevo gente conmigo y luego la comida, que es lo que más cuesta, la pago yo”, respondió Manolo, el símbolo traicionado, melancólicamente.