De todos, fue el más amado, así como se aman a los hijos desafortunados, a quienes la suerte ya inevitablemente, y para siempre, ha dado la espalda. Un gran futuro detrás de las espaldas, el de Francesco Nuti, funambolo de la comedia a la italiana – que ha innovado profundamente, incluso antes de caminar solo, con los Giancattivi – la escena de los años noventa, víctima de un éxito exagerado, que en lugar de estimularlo, le dio el golpe final a su fragilidad.
Nadie como él ha revelado en público cómo el alma del actor puede ser de cristal y romperse en mil pedazos, sin ninguna razón aparente. En el momento de máxima popularidad, después de haber ganado taquillas con “Yo, Clara y el Oscuro”, “Madonna que silencio hay esta noche” o más bien “Caruso Pascoski”, el bello y desesperado toscano ha acelerado no para exaltar su ya relevante carrera, sino para abrirse en los recovecos de la depresión.
Y nunca salió de allí. Después de la oscuridad de la mente y de las botellas utilizadas para aliviar ese dolor originario, la caída que lo dejó casi paralizado y el bandante moldavo que, se supo a posteriori, lo golpeaba en gran secreto.
Veinte años de arrolladora nada, aparte de los cuidados conmovedores de su hija Ginevra, que nunca lo abandonó, hasta su desaparición ayer, irónicamente ayer, el día que se fue Silvio Berlusconi, que le quitó las primeras páginas que Francisco merecía para su clase. Y por su fragilidad de hombre, que es la de todos.