La segunda víctima es un joven de 27 años de Marsella, golpeado por una bala “flash-ball” disparada por la policía durante los violentos enfrentamientos de estos días que ponen de rodillas a Francia. Una verdadera guerra civil, la que estalló tras el asesinato de Nahel, de 17 años, en la que los actores son tres: los jóvenes desilusionados y marginados de las banlieu, la policía que trata de sofocar la violencia que ella misma produce y los militantes de extrema derecha, salieron a las calles para explotar políticamente los trágicos acontecimientos.
El presidente Macron respira en estas horas después de una semana de máxima alerta, pero sabe bien que su país está dividido en dos. Algunas señales son claras. La recaudación de fondos lanzada por la familia del agente de Nanterre que mató a Nahel superó los 1 millón de euros (frente a los 250.000 de la cifra alcanzada por el apoyo a los familiares del joven asesinado). Un despropósito. “Una suma enorme para una polémica de un extremista de derecha a favor de un agente que mata a un adolescente. ¿El mensaje? Matar a los jóvenes árabes da sus frutos”, afirmó el eurodiputado francés Manon Aubr y sin rodeos.
El ambiente es de ajuste de cuentas. La abuela de Nahel, Nadia, comentó: “Ese agente le quitó la vida a mi sobrino. Tiene que pagar como cualquier otro”. Palabras santas que, sin embargo, no encuentran eco en una Francia devastada por la violencia y que se interroga sobre su frágil futuro.