Veintiuno son los países europeos que han establecido por ley el salario mínimo. Entre ellos no está Italia, que siempre ha confiado en la negociación colectiva y que podría poner una lápida (la mayoría ha sido clara – y al mismo tiempo evasiva sobre las motivaciones – en este sentido: es un concepto que no le gusta) en estos benditos 9 euros por hora.
Según algunos, en lugar de devolver la dignidad a los trabajadores, razón por la cual se solicitó, el establecimiento de un salario mínimo aumentaría significativamente los costes laborales, lo que aumentaría el desempleo y el empleo irregular y, por lo tanto, la competitividad. Mejor pagar poco o en negro.
Es una admisión de impotencia. Y pensar que las economías industriales consolidadas en Europa pagan: de casi 12 euros por hora de Luxemburgo a 10 de Francia, a más de 9 de Bélgica, Alemania y Holanda.