El arrepentimiento y el olvido. En estas dos palabras hay, más que en las otras cien mil que nos han deleitado en sus libros, la vida de Milan Kundera, fallecido en París – donde estuvo desde 1975 – a la edad de 94 años. Una fuga, la del escritor checo, primero por el régimen comunista después de la Primavera de Praga, luego por una Historia que aplasta las vicisitudes humanas, y finalmente por las palabras, “por su dolor, vanidad y vacuidad”.
En su libro más conocido, “La insoportable ligereza del ser” (aunque la obra maestra quizás sea “El arte de la novela”), el protagonista se da cuenta de que “no había hecho más que hablar, escribir, dar clases, pensar frases, buscar formulaciones, corregirlas, de modo que al final ninguna palabra era precisa, su sentido se difuminaba, se desvanecía, perdían contenido y se convertían en migajas, en salvado, en polvo, en la arena que rondaba por su cerebro”, como en la vida de todos. En este Kundera fue uno de los testigos más precisos e iluminados de una cierta precisión (verdad) literaria: nunca proporcionó atajos al lector ni soluciones fáciles.
Nacido en Brno e hijo de un pianista, de joven Milan estudia música, una pasión que le acompañará toda la vida (hay mucho de esto en algunas de sus letras como “La broma” o “El libro del arroz y del olvido”). Se licenció en Cinematografía en Praga y enseñó en esa universidad Letterature comparate, antes de que la Historia lo “enviara” en Francia, a recordar toda la vida lo sucedido antes y a escribirlo en francés, su nueva lengua, su nueva Patria literaria.