Todos en Waterloo, en la casa del exiliado (por una condena en casa por malversación de fondos) Carles Puigdemont. Todos participan en frenéticas llamadas telefónicas a Bélgica porque los secesionistas catalanes, Junts para Catalunya, son esenciales para formar un gobierno.
También los Populares, que salen victoriosos de las elecciones pero sin nada en mano por culpa del pésimo resultado de Vox, lo intentan con Carles: “Estamos preparados para dialogar” hacen saber, pero sin hablar del referéndum sobre la independencia de Cataluña. Traducido en términos realistas, seducir a los duros de Barcelona es un intento imposible. El PP lo hace para mover las aguas (sobre todo después de haber conquistado un escaño más con el voto de los españoles en el extranjero). Pero entre ellos y los catalanes nunca ha habido diálogo y nunca lo habrá.
No menos difícil es el trabajo de Pedro Sánchez que para formar un gobierno de izquierda debe seducir a Puigdemont. El cual, por afinidad mayor, dialoga con el centro-izquierda. Hablamos “sin ejercer presión o chantaje político”, pidió el líder de Junts. A pesar de las reiteradas peticiones del PP (“Somos el primer partido, formar el ejecutivo es cosa nuestra”), está claro que, a menos que haya un estancamiento político que remita a nuevas elecciones, Sánchez y sus aliados tienen buenas posibilidades de rigovernar.
España, en la votación del 23 de julio, expresó un apoyo a los populares, pero mucho más ruidoso fue el rechazo de la ultraderecha de Vox, porque está claro que el país no quiere volver a épocas muy oscuras. El PP pagará el precio político por no haberse separado del partido de Abascal.