Uno de los seleccionadores menos queridos se va. La triste verdad está contenida también en el triste adiós de Roberto Mancini al banco de la Selección “después de una noche de reflexión”, ahora, en el momento menos oportuno, a menos de un mes de los enfrentamientos decisivos con Macedonia y Ucrania para las clasificaciones continentales.
Será recordado por el triunfo de la Eurocopa hace tres años (sorpresa, hay que decirlo, con un juego por fin a la altura) y por haber fracasado rotundamente en las eliminatorias a la Copa del Mundo el año pasado. Por segunda vez consecutiva los Azzurri excluidos de la vitrina futbolística más importante: una mancha, una contradicción en términos, el fracaso de un proyecto.
Fue allí donde nació el largo adiós del técnico jesino y la sustitución de los colaboradores querida por la Federación (vía Evani y Lombardo, dentro de Barzagli, Bollini y Buffon) fue solo la excusa, quizás, para quitar la molestia. Mancini, entrenador que ha ganado mucho en media Europa, nunca ha calentado ni a los aficionados ni a los dirigentes.
Se le reconoce que la pérdida de su colaborador y amigo Luca Vialli fue muy pesada y quizás Roberto nunca se recuperó de ese luto. Pero marcharse así parece muy calculado: al comienzo de la temporada para no perder ningún “tren en marcha” para hacerse cargo de bancos importantes; en vísperas de enfrentamientos decisivos para la Nacional (¿qué revolución es posible para el nuevo seleccionador en tres semanas?); con una oferta lucrativa de Arabia Saudí que probablemente aceptará; sin el deseo de llevar a sus muchachos al Europeo como “compensación” por la falta de calificación para el Mundial.
No fue amor, así como de jugador, extraordinario talento su pero emparejado con un carácter particular. En su carrera no fue idolatrado, excepto en la Sampdoria del scudetto. Pocas sus satisfacciones en azul también en el campo. Y ahora la despedida “por decisiones personales”.