Poco antes de que comenzara la guerra interminable entre Rusia y Ucrania, hace nueve años, cuando Moscú invadió Crimea, una colección de artefactos de oro de las tribus escitas conservados en cinco museos, uno de Kiev y los otros cuatro de la península disputada, fue enviada a Holanda. En Ámsterdam, la exposición en el museo Allan Pierson tuvo un gran éxito.
Mientras tanto el ataque ruso con la anexión relativa de Crimea complicó las cosas y así el tesoro permaneció en la capital holandesa hasta la sentencia de ayer del Tribunal Supremo de La Haya: las obras de arte deben ser devueltas a Ucrania porque, a pesar de la invasión, Crimea es de ellos.
Para los Escitas, una población nómada indoeuropea que vivió un milenio en el sur de Rusia, el oro era sagrado, frontera entre lo humano y lo divino. En la leyenda, la humanidad fue creada por el descenso del cielo de tres artefactos de oro (que tomó uno de los hijos de Targitao, primus ínter pares en la tierra según los escitas). Enormes cantidades del metal precioso fueron enterradas con los difuntos. En la vida cotidiana estaba en todas partes, en calzado y ropa, en casas y en arneses para caballos.