Rimini ha homenajeado a su Maestro, el Artista que ha hecho de sus lugares nativos y de sus turbaciones una ciudad de papel maché y un sueño sin fin, comenzando por la Gran Proa donde descansan él y la adorada Julieta Masina. Y el barco va, y para escoltarlo hacia el infinito el gran Arnaldo Pomodoro ha releído esas visiones (el transatlántico Rex de la célebre película “Amarcord”). Rimini ha llorado, en el trigésimo aniversario de su muerte, por su Federico Fellini.
Sin estatuas y oropel, que el director odiaba, o ceremonias inútiles, pero con los museos gratis y abiertos a todos: en el Palazzo del Fulgor es imprescindible la exposición “Rimini 1993-2023: el funeral de Fellini en las imágenes inéditas de Marco Pesaresi” a cargo de Mario Beltrambini y Jana Liskova.
Y hay que recorrerla la ciudad de quien ha narrado el genio y los vicios de nuestro país, entre la calle Dardanelli 60, donde Fellini nació el 20 de enero de 1920, Palacio Valoni (En la planta baja, el cine Fulgor, de donde parte el tour difundido de los lugares del alma del director y donde el pequeño Federico vio su primera película a los seis años, “Maciste al infierno”), plaza Malatesta donde se montó la carpa del circo que tanto lo inspiró, Castel Sismondo que tiene dieciséis salas dedicadas a él y, por supuesto, el Grand’Hotel hasta el pueblo de San Giuliano, “casa” de la conocida Gradisca en “Amarcord”.
Lugares que cambiarán quizás (hoy “Gradisca” es un hotel de cuatro estrellas) pero nunca morirán porque, inmateriales como la niebla que viene del mar y a veces inútiles como los Vitelloni, son sueños.