Más de cien personas han muerto como consecuencia del atentado kamikaze en el aeropuerto de Kabul, reivindicado por los extremistas islámicos del ISIS. Una misión suicida que los servicios secretos de los países comprometidos a organizar el éxodo de los afganos tras la conquista del país por los talibanes habían previsto. Es el infierno en la tierra, nos dicen las imágenes de Afganistán. Entre las víctimas, casi todas civiles, doce americanos comprometidos en las operaciones de organización de los vuelos tanto que el jefe del comando americano, Kenneth Mckenzie, declaró que los EE.UU están dispuestos a una represalia contra el ISIS.
El ataque suicida en un área en la que se habían reunidas 5.000 personas: dos explosiones, la primera fuera del Hotel Baron por obra de un kamikaze, la segunda, quizás un coche bomba, donde esta pobre gente hacía cola para ser embarcada. El ataque fue obra del ISIS que opera en la provincia afgana de Khorasan. El presidente de los Estados Unidos, Joe Biden, quien en estas horas está siendo acusado por los republicanos que piden incluso el impeachment, ha llorado en la televisión: “No olvidaremos, os cogeremos y os haremos pagar. Y América no se dejará intimidar, la evacuación continúa y estamos listos para enviar más tropas si es necesario”.
Su decisión, después de los acuerdos del año pasado de Trump con las partes interesadas, de una retirada tan rápida (antes del 31 de agosto) ha sido impugnada por todos y no se excluye que otros ataques llegarán, haciendo del escenario de Kabul un infierno peor que Vietnam. Mientras tanto, España ha concluido la evacuación del suyo: casi dos mil afaganos están a salvo entre los que habían trabajado con los países occidentales, las Naciones Unidas o la Unión Europea.
