El fracaso del plan de ampliación del Aeropuerto del Prat de Barcelona ha puesto de manifiesto a todo el mundo lo minados que están los territorios en los que el Gobierno y Cataluña deberían reunirse. El presidente catalán Pepe Aragones en el día de la Diada ha subrayado, evidentemente para cambiar discurso, de haber conseguido con Sánchez “una mesa de negociaciones donde se hablará de aministia y autodeterminación”, mesa que actualmente no se encuentra realmente reservada.
Toda esta voluntad de verse uno mismo no existe. Incluso dejando a un lado el asunto Prat, aplazado indefinidamente por “razones medioambientales”, al menos así nos informaron – en cuyo caso las aves de la laguna de La Ricarda marcarían la agenda política de las relaciones bilaterales – ¿para qué reunirse? ¿Para decirse a la cara, Gobierno y Generalidad, que se hablará más adelante de financiación autonómica? ¿Que la integridad lingüística de las escuelas catalanas no es posible? ¿Que hay cada vez menos dinero en la caja? ¿Que las Autonomias de los demas se están cansando de estas relaciones “especiales” con Cataluña?
No fueron suficientes 1700 euros de inversión, los de la ampliación del aeropuerto, puestos sobre la mesa. Y no fueron suficientes porque la cuestión es política. El Parlamento catalán no quiere encuentros y negociaciones que impliquen otras reuniones y negociaciones. Como destacó Laura Borras, de Junts, eminente figura del Parlamento, “la mesa de diálogo es un eslogan que escuchamos desde hace un año y medio… No hay nada concreto, ni siquiera en el futuro, que no sea un fracaso… Pero la alternativa está: ¡Unilateralidad!”.
Al menos ella lo ha dicho. Y Sánchez por ahora sólo quiere esquivar las minas, para no perder las voces que le permiten gobernar: los indultos y las ternuras no han bastado. El riesgo ahora para España es que esta relación especial con Cataluña se le escape de las manos.