Hay una guerra en la frontera entre Texas y México. Diferentes son los ejércitos y las armas: por una parte, fuertes de una ley querida por Donald Trump y que el demócrata nuevo presidente Joe Biden mantuvo en vigor, agentes a caballo texanos que han visto demasiadas películas golpean y rechazan hacia el río a los haitianos que han llegado hasta aquí después de haber cruzado cinco países sudamericanos, de la otra 15.000 refugiados acampados bajo un puente, sin recursos, viviendo sólo gracias a la fuerza de la desesperación, después de haber recorrido miles de kilómetros y haber sido víctimas, sobre todo las mujeres, de violencia y abusos.
Es la lucha desigual entre los que tienen miedo, los Estados Unidos en este caso, que un grupo de fantasmas ignorados por la Historia puede poner en peligro el sistema legal y constitucional del país y quien sólo tiene hambre. En Haití, dos terremotos en pocos años, el último en agosto, exterminaron a la población y redujeron aún más los recursos alimentarios, que ya no existían.
Después de haber recorrido Perú, Bolivia, Ecuador, Colombia y otros países, reducido a la mitad y llegado a su meta, en el mundo dorado de los presuntos ricos que no compartirán con ellos ni un céntimo de dólar, este ejército de fantasmas es ahora un espectáculo televisivo: la policía a caballo que los devuelve al río para que puedan ahogarse mejor y resolver así el problema de su existencia, que a nadie interesa.