“El futuro del mundo depende de esto: que nos reconozcamos hermanos. Los pueblos tienen un destino como hermanos en la tierra”. Cristianos, judíos, musulmanes, budistas e hindúes se han reunido en el Coliseo por un Llamamiento por la Paz: ha sido la conclusión del encuentro sobre el diálogo interreligioso “Pueblos hermanos, tierra futura”, promovido en el “Espíritu de Asís” por la Comunidad de San Egidio, en presencia del Papa Francisco y de todos los líderes religiosos invitados a los dos días de diálogo (véase).
Después de las aportaciones de Andrea Riccardi, fundador de la Comunidad, de la canciller Angela Merkel, del Gran Imán de Al Azhar Aōmad al-Ŷayyib, del rabino Goldsmith, tomó la palabra el Papa Francisco, que invitó a “construir compasión”, a desenchufar los fundamentalismos religiosos, a desmilitarizar el corazón, a cuidar del ambiente porque “el aire está lleno de sustancias tóxicas y pobre de solidaridad”.
“Pueblos hermanos – dijo el Pontífice – Lo decimos teniendo detrás el Coliseo. Este anfiteatro, en un pasado lejano, fue lugar de brutales diversiones de masas: luchas entre hombres o entre hombres y bestias. Un espectáculo fratricida, un juego mortal hecho con la vida de muchos. Pero también hoy se asiste a la violencia y a la guerra, al hermano que mata al hermano como si fuera un juego de larga distancia, indiferente y convencido de que nunca nos tocará”.
Es la indiferencia que amenaza el diálogo y la paz. “El dolor de los demás no pone prisa. Y tampoco el de los emigrantes, de los niños atrapados en las guerras, privados de la despreocupación de una infancia de juegos. Pero con la vida de los pueblos y de los niños no se puede jugar. No se puede permanecer indiferente. Por el contrario, es necesario entrar en empatía y reconocer la humanidad común a la que pertenecemos, con sus esfuerzos, sus luchas y sus fragilidades… Todo esto me afecta, podría haber sucedido también aquí, a mí”.
“Este es el verdadero coraje – continuó el Papa Francisco – la valentía de la compasión, que hace ir más allá de la quietud de vivir, más allá de lo que no me concierne y lo que no me pertenece, para no dejar que la vida de los pueblos se reduzca a un juego entre poderosos. No, la vida de los pueblos no es un juego, es algo serio y afecta a todos; no se puede dejar a merced de los intereses de unos pocos o de pasiones sectarias y nacionalistas. Es la guerra la que se burla de la vida humana. Es la violencia, es el trágico y siempre prolífico comercio de armas, que a menudo se mueve en la sombra, alimentado por ríos de dinero subterráneo. Quiero reiterar que la guerra es un fracaso de la política y de la humanidad, una rendición vergonzosa, una derrota ante las fuerzas del mal. Debemos dejar de aceptarla con la mirada distante de la crónica y tratar de verla con los ojos de los pueblos”.
Y el Llamamiento por la Paz no hace sino subrayar las palabras del Papa: “En el mundo hay muchas guerras abiertas, amenazas terroristas, graves violencias… Se está rehabilitando el uso de la fuerza como instrumento de política internacional. Por desgracia desaparece una generación que vivió la Segunda Guerra Mundial: así se pierde la memoria del horror de la guerra… Los pueblos sufren. Sufren los refugiados de la guerra y de la crisis medioambiental, los descartados, los débiles, los indefensos. A menudo mujeres ofendidas y humilladas, niños sin infancia, ancianos abandonados… los pobres, a menudo invisibles, que son los primeros en pedir la paz. Escucharlos, hace comprender mejor la locura de todo conflicto y violencia… Sólo la paz es santa”.