(P. Fernando Pascual) – Ayuda mucho, en las discusiones sobre las vacunas, tener claro qué defienden unos y otros, y no hacer decir al “bando contrario” lo que no dice.
Ayuda, además, identificar los criterios que usan unos y otros a la hora de tomar una posición a favor o en contra de las vacunas.
En concreto, quienes defienden la licitud, a veces también la obligatoriedad, de las vacunas contra el Covid-19, buscan evitar nuevos contagios y garantizar una situación sanitaria eficiente para atender a los enfermos y para evitar el colapso de los hospitales.
Por su parte, los que defienden la no licitud, o al menos la no obligatoriedad, de las vacunas, consideran que existen otras alternativas mejores, y que las vacunas (todas o algunas) no son seguras, o están manchadas por experimentos contrarios a la ética y por intereses farmacéuticos oscuros.
Lo que no resulta para nada correcto es que los defensores de las vacunas acusen a los críticos de las vacunas de ser partidarios de la difusión de la epidemia y de mostrar poco interés por los enfermos.
Tampoco resulta correcto que los críticos (enemigos) de las vacunas acusen a quienes las defienden de ser esclavos de los intereses de las empresas farmacéuticas, o de promover una tiranía sanitaria mundial.
En toda discusión bien llevada, hay que evitar cualquier acusación falsa a quienes defienden una tesis distinta de la propia, para permitir que el diálogo gire en torno a lo que realmente defienden unos y otros.
En concreto, en el tema de las vacunas, ayudaría mucho centrarse en una serie de aspectos generales, y en otros más concretos. Ello permitiría descubrir, con sorpresa de unos y otros, que hay puntos importantes de acuerdo, sin negar la existencia de puntos de desacuerdo.
Seguramente, partidarios y críticos de las vacunas coinciden en la importancia de defender la salud, de atender del mejor modo posible a los enfermos, de evitar nuevos contagios, y de adoptar medidas que no sean contraproducentes.
Pero existen puntos de desacuerdo, sobre los que vale la pena seguir en discusión. Esos puntos se refieren a la seguridad que puedan tener las diferentes vacunas que existen, a los posibles efectos secundarios que produzcan, a su eficacia real, a la existencia de medicinas útiles para curar a los enfermos.
También hay que prestar atención a cuestiones como las de los intereses de las empresas farmacéuticas, el respeto a la libertad de información y de debate, el justo equilibrio entre derechos individuales y medidas orientadas a prevenir nuevos contagios.
Cuando las discusiones sobre las vacunas giren en torno a esos puntos fundamentales, en una actitud de respeto hacia quienes piensan de otra manera, y sin acusaciones falsas sobre lo que defiendan unos y otros, será posible promover un debate provechoso en torno a este asunto de tanta importancia para el género humano.