Fue Delaney, finalmente él, Delaney que nos hizo dudar en algún partido que era el hermano del campeón admirado en la Eurocopa, quien finalmente le dio a César lo que es de César. El Sevilla, conquistando con una prestación humilde y sabia el casi inexpugnable San Mames, ha ganado sus apuestas más grandes: demostrar que de una paliza como la de Salzburgo se puede levantarse enseguida – y esto sólo los grandes equipos lo hacen – y hacer comprender al Real Madrid que la clasificación no es un juego para niños.
Los hombres de Lopetegui están allí, a 5 puntos de los merengues en igualdad de partidos, por mérito y voluntad. Es un gran día para el Sevilla, que muchos búhos daban ya a mitad de temporada, armando líos sobre jugadores y entrenador. El equipo fue capaz de lo que pocos pronosticaban, es decir, resultar compacto, convincente el justo, hostil para el adversario, hasta el punto de ganar un partido clave, merecidamente a pesar de un primer tiempo por debajo de las expectativas.
Ahora la pregunta no es qué habría pasado si Iñaki Williams y sus hombres hubieran marcado en las tres ocasiones de la primera parte del partido, sino hasta dónde puede llegar esto equipo. La sensación es que aún falta poco para enviar a mil la autoestima. Sólo así se puede ganar. Mientras tanto, ganar y resistir mentalmente, como sucedió en Bilbao, sirve para crecer.