“Una flor, un terrón de tierra, una historia de vida, un encuentro. El rostro arrugado de un viejo y el rostro apenas florecido de un niño. Una madre que sostiene a su bebé y lo amamanta. El misterio se manifiesta allí”. En el último día del año, en la tradicional agradecimiento del Te Deum por el año que se va, la reflexión del Papa Francisco es sobre el asombro cristiano que no “tiene origen en efectos especiales”, sino que es la realidad misma, que tenemos el deber de redescubrir, en las cosas pequeñas, y mejorar más.
En la homilía pronunciada, el Papa ha llamado también a todos a la solidaridad, valor fundamental de la caridad, y “a ser todos hermanos y hermanas, hijos del único Padre”. Y Francisco también quiso anotar algo sobre Roma “ciudad maravillosa” pero también “fatigosa, por desgracia no siempre digna para los ciudadanos y para los huéspedes, una ciudad que a veces descarta”.
No sirven a la capital “eventos altisonantes”, pero “la atención diaria a los que tienen más dificultades, a las familias que sienten más el peso de la crisis, a las personas con discapacidades graves y a sus familiares, a los que viven en las periferias, a los que han sido arrollados por algún fracaso en su vida”.