La guerra, en estas horas, es más mediática que real. El portavoz del Kremlin, Dmitry Peskov, se hizo cargo de declaraciones pesadas, después de los ultimátums de un lado a otro que siguieron la desafortunada llamada de Biden a Putin: el presidente “está dispuesto a negociar”. Como los rusos explican desde hace tiempo, la solución del problema, si la hay, se refiere a las fronteras y la seguridad de su país. “Ucrania es sólo una parte del problema”. Garantías, como la promesa de que Kiev no entrará en la órbita de la OTAN – y el Primer Ministro alemán Scholz añadió ayer, mintiendo, que la opción de entrada de Ucrania no está en la agenda – que parece no ser comprendida por Occidente.
A pesar de los mensajes de consuelo en Kiev, la sensación es que Occidente en caso de ataque de Rusia (por mar de la Crimea y por tierra de Donbass y tal vez Bielorrusia, un cerco que haría inútil cualquier resistencia) se deshace como lo ha hecho a menudo en los últimos años. Pero ni siquiera Putin quiere la guerra, porque le costaría mucho en términos económicos y diplomáticos. El gasoducto ruso-alemán Nod Stream 2 es el ejemplo de la ambivalencias de las cancillerías: Alemania, tan firme en apoyar a Ucriana, en realidad, si hubiera un ataque se lavaría las manos.
Todos esperan que no suceda nada, entre otras cosas porque las sanciones económicas “muy severas e inmediatas” que propone imponer Europa a Rusia no detendrían un conflicto a gran escala. El presidente estadounidense Joe Biden no sabe qué hacer después de las malas conversaciones con Putin. CBS informa que algunas tropas rusas cerca de la frontera con Ucrania comenzarían a moverse en “posiciones de ataque” por una guerra que “podría comenzar en cualquier momento”. Noticias desmentidas por el propio Pentágono que afirma que Moscú no ha tomado aún “la decisión final”. Poco saben todos. Decisiva esta semana.