Al igual que a los que tienen delirios de omnipotencia, Putin parece haberse dado cuenta de que la conquista total de Ucrania tendría costes muy elevados, tanto económicos como humanos, que quizás ni siquiera los rusos podrían perdonarle. Según fuentes ucranianas, son 16.000 sus soldados ya muertos en la invasión. De ser así, el dictador solo podría concentrarse en el Donbass, exigiendo su anexión, y en los territorios del sur, para crear un amortiguador entre el mundo de la OTAN y el suyo.
Es un cambio de rumbo que marcaría, en el caso, el final de la guerra – ahora los rusos en lugar de avanzar bombardean solo, desde la capital a las ciudades martirizadas del Este – y el inicio de negociaciones que impondrían la neutralidad (de la OTAN y la UE) ucraniana. Mientras tanto se descubren – fuentes ONU – fosas comunes a Mariupol y la Interpol ya ha enviado sus agentes a Moldavia para controlar que, en el éxodo de los refugiados, no haya riesgos de tráfico de seres humanos, tras recibir informes de organizaciones mafiosas dispuestas a reclutar ucranianos “indefensos” cuando crucen la frontera.
Es un desastre para la humanidad, pero también para los niños, que son los más afectados por las acciones nefastas de los rusos: medio millón de ellos tienen hoy necesidades alimentarias. Un millón y medio de personas no tienen acceso al agua potable y otros 5 millones corren el riesgo de no tenerla en las próximas semanas.
La “intelligence” británica confirma que “las tropas rusas se están mostrando reacias a participar en operaciones de infantería a gran escala en las ciudades y prefieren apostar por el uso indiscriminado de bombardeos aéreos y artillería en un intento de desmoralizar la defensa ucraniana”. Bombardeos como el que ahora se conoce tristemente sobre el teatro de Mariupol en el que estaban alojados 1300 refugiados, mujeres, niños y ancianos y que, según parece, han causado al menos 300 víctimas.