El funeral político de Pablo Casado, celebrado ayer en Sevilla, se convertirá hoy en la fiesta de coronación del nuevo líder PP, Alberto Núñez Feijóo, actual presidente de la Xunta de Galicia, cargo que dejará en las próximas semanas. Casado se va – lo dejará todo y se retirará, como hizo saber – con coherencia y poco reconocimiento, formal y sustancial, por parte de su partido por el trabajo realizado en estos años. Sorprende una vez más – pero evidentemente a la agitada política española de estos tiempos no – la destitución casi “soviética” del ahora ex líder que hasta hace poco era, para el PP, sus dirigentes y su gente, el hombre justo para reconstruir la nación.
También ayer, en el Congreso extraordinario, Casado, al que hay que dar el honor de las armas por haberse hecho a un lado con gran elegancia, lo hicieron aparecer en escena como extraño, invitado no agradable, casi paria. Ha sido defenestrado y reemplazado, es bueno recordarlo, en dos días. Como piensan muchos, Casado fue hecho saltar no por las acusaciones a Ayuso de haber ayudado a su hermano en la famosa cuestión de las mascarillas chinas (incluso la Isabel ayer mantuvo rígidamente su protocolo de estar aparte sin protagonismos) pero por su pobre simpatía hacia Vox.
Feijóo puede ciertamente sostener, como ha hecho en su discurso, que quiere un partido “de centro derecha, autonomista y defensor del Estado del bienestar”, pero ¿cómo va a conciliar con la extrema derecha de Vox con la España federada y haciendo los discursos en gallego? Militantes y electores, además de los adversarios, esperan señales de humo del nuevo gestor de Génova.
Uno de los ganadores morales de la convención fue el presidente de la Junta de Andalucía, Juanma Moreno, que plaza Elías Bendodo, consejero de Presidencia, como coordinador general del PP, además de otros corregionales. Se está reforzando, a la espera de las elecciones regionales, que podrían incluso ser en junio.
