El Betis a l’Anoeta la jugó muy bien: cara abierta, contraatacando, concentrado en todas las fases. A pesar de que tenía en contra jugadores poderosos, peligrosos cada minuto como Isak y Sorloth, o rápidos como David Silva (luego expulsado) y en el centro del campo una mina de ideas como Merino, y a pesar de las oportunidades que neutralizó un gran Bravo, la Real Sociedad siempre ha tenido miedo de sucumbir a los rápidos contraataques de manual del Betis.
Un partido que ha entretenido a todos, incluso a los aficionados verdiblancos que saben que pueden contar con un once – probablemente el que enfrentará al Valencia el 23 en la final de la Copa del Rey – que vale oro y sobre todo sabe jugar muy bien al fútbol. Hemos visto partidos durante el año en los que alguna ligereza defensiva o imprecisión en el ataque podía costar muy cara. Pero no fue ayer cuando los cumplidos deben hacerse a todos los jugadores, involucrados en la causa común y luchadores en cada pelota.
El empate con la Real Sociedad mantiene al equipo vasco a distancia, consolida la posición en la clasificación y ahora, después de la final de la Copa, el Betis tendrá toda la ligereza mental para apuntar a la Champions que, visto el rendimiento ofrecido en todo el campeonato, es un lugar que merece por derecho.
Un equipo maduro, el de anoche, con una defensa a la altura, el mediocampo-joya que conocemos (aunque William Carvalho no estaba quizás en su mejor día), un ataque que asusta, Fekir, Canales, Juanmi, Borja Iglesias que se sacrifican en cada balón. Y Pellegrini no puede ser que satisfecho. El adversario juega de memoria desde hace tiempo, ayer hizo mucho esfuerzo.