El clamoroso error arbitral de la no expulsión del merengue Camavinga no oculta hoy la frustración que todos sienten por haber tenido en sus manos el partido quizás más importante del año y no haber logrado manejarlo. No pueden ser cada vez un árbitro que se equivoca o una serie de lesiones no programadas – también anoche – para escribir la historia de esta temporada del Sevilla. Y tampoco es la salida de Martial, golpeado duro por el jugador del Real Madrid en la ocasión, porque el francés hasta ahora no ha sido decisivo y quizás tampoco lo será mañana.
La sensación es que a este equipo le falta una actitud más profunda para creer completamente en sí misma, una gestión mental de las energías, un hambre profunda de victoria. El Sevilla es más fuerte de lo que cree. No puede ser concebible dejar un tiempo entero al Real Madrid, después de haber hecho entender en la primera parte su fuerza y potencial, porque los grandes equipos castigan, por mérito o por suerte.
Séneca decía que “la suerte no existe: existe el momento en que el talento encuentra la oportunidad”. Solo que el Sevilla, que tiene mucho talento para vender, demasiadas veces no lo ha aprovechado. Una temporada que podría haber sido triunfal se convirtió en una defensa del cuarto lugar para la Champions. Si lo esperamos, con cierta resignación, tampoco vendrá eso. Es hora, en estos últimos partidos, de mostrar quién está en el campo a la altura del Sevilla, quién quiere hacer aún más grande un gran equipo, y quién no.