Olvidemos los inesperados regalos de Cuaresma del Barcelona y del Atlético. La tabla de clasificación está ahí, dispuesta a regalar al Sevilla una tercera plaza que le permitiría enfrentarse a los catalanes de arriba hacia abajo el próximo sábado, algo que es bueno y, sobre todo, justo teniendo en cuenta la excelente calidad de juego del equipo de Lopetegui, pero ojo con el Osasuna.
El Sadar es una fortaleza propia de un Western al en la que le costaría ganar hasta a John Wayne, como demuestran las estadísticas (de 51 enfrentamientos en Pamplona, 25 victorias de los navarros y sólo 13 de los nuestros, aunque la tendencia ha cambiado en los últimos años) y el rendimiento de los rojiazules, que solo han perdido un partido de los últimos seis en la Liga, han atravesado el río y están al abrigo de los pantanos de la parte baja de la clasificación.
Son partidos de riesgo, en los que la motivación es más importante que cualquier otra cosa. Lopetegui lo sabe y mantiene a su equipo con los pies en el suelo: hay demasiadas distracciones, desde el doble desafío con el Barcelona hasta la vuelta de la Champions, en la que ya se anticipa una gesta histórica que hasta los nietos podrán recordar.
El Sevilla se ha convertido en un grande, las responsabilidades técnicas y económicas han aumentado (Monchi ya está planificando la próxima temporada), y esto, claro, puede distraer a cualquiera. Pero, por suerte, hay un entrenador que tiene los pies en el suelo. En poco tiempo ha construido una obra maestra de belleza técnica y táctica.
El otro, el de Osasuna, Arrasate, solo espera un fallo de concentración, un mal partido, un pecado venial de nuestros jugadores. El resto es una batalla, como siempre ha sido en El Sadar: para conquistar la fortaleza hay que luchar en todos los rincones del campo. Y esta noche, para ganar, el Sevilla tendrá que despojarse de los elegantes ropajes de los grandes desafíos y jugar cada minuto del partido, vistiendo la ropa del rival.