Su foto está por todas partes, en las lujosas casas de jefes de estado y poderosos y en los barracones de los últimos y de los olvidados. Nadie ha unido más que Edson Arantes do Nascimento. Será recordado en los estadios de todo el planeta – nadie (aparte de Maradona) ha jugado tan bien como él – pero aún más en los campos de tierra suburbanos, en las favelas, en los rincones más remotos donde hay un balón y chicos corriendo detrás, porque nadie como él ha sabido encarnar la idea de la esperanza y transmitir ese sueño que es el fútbol.
Pelé, que murió ayer a los 82 años de un cáncer de colon, fue un símbolo de rescate antes que un fuera de serie. Un limpiabotas que se convirtió en un dios. Ha ganado tres Mundiales, el cuarto es el de la humildad. “Mi padre era un delantero y jugaba bien, sobre todo de cabeza marcaba mucho, y mi deseo era llegar a ser tan bueno como él, ser igual a él – reveló una vez – No creí que iba a suceder, pero Dios me ayudó y yo tengo que agradecerle”.
Siempre recordaba sus orígenes. Sus sueños han permanecido en el campo del Santos, su equipo de siempre, desde aquel día – tenía 15 años, era 1956 – en el cual debutó contra el Corinthians anotando un gol. El primero, el único, el predestinado. Al año siguiente entró en la Selecao brasileña que desde aquel momento se volvió invencible. El último Mundial lo ganó en la Ciudad de México en 1970. En la final estuvo Italia, que los carioca “asfaltaron” con un perentorio cuatro a uno. La imagen de Atzeca es la de ‘O Rei saltando alto, suspendido como una nube, y de cabeza la mete dentro.
Una vez dijo Jorge Amado que “si el fútbol no se hubiera llamado así, debería haberse llamado Pelé”. Técnica superior, fuerte fisicamente, moderno en los movimientos a todo campo. Marcó 1283 goles, casi uno por partido, ganó la Copa del Mundo en Suecia, Chile y México (capitán de la selección brasileña más fuerte de la historia), y con el Santos diez títulos, dos copas intercontinentales y dos Libertadores. Pero todo esto no es nada comparado con lo que representó. Si hay un más allá, se encontrará con el otro símbolo del fútbol, Diego Armando Maradona, desaparecido hace dos años. El día que El Pibe murió, Pelè le escribió: “Algún día, espero que podamos jugar a la pelota juntos en el cielo”.