Con la rapidez con que avanzan, imponiendo la ley islámica, los talibanes, que en el momento en que escribimos están fuera de Kabul, podrían ya haber conquistado la capital. Es una pesadilla que el mundo está viviendo impotente: éxodos masivos, ejecuciones sumarias, caza de mujeres solteras, las ciudades cuna de la cultura como Kandahar y Herat ya en manos de los escuadrones de la muerte.
Habían prometido a los americanos, en el apresurado adiós de estos últimos al país después de 20 años de presencia militar, que no volverían a atacar a las fuerzas de la OTAN y ni siquiera permitirían a los terroristas formar parte de las tropas que ganarán y se repartirán Afganistán. Nada más. El retiro “irreversible” de los americanos es su nuevo Vietnam: han dejado el país a la deriva como hace tantos años, donde haber colaborado también como traductores un día con ellos es hoy sancionado con la muerte. Van a arrancar las ejecuciones, en las plazas, en las casas, en todo lo que se refiere a la cultura occidental.
Ayer, Donald Trump se lanzó contra el nuevo presidente Biden, por una retirada tan apresurada que tuvieron que enviar soldados para ayudar a evacuar del país a los ciudadanos americanos, hoy en riesgo, pero la culpa es de ambos: del primero por haber tratado mal y haber concedido demasiado a los talibanes, del segundo por no haber gestionado lo mejor posible la situación. América se avergüenza ante el mundo, dicen las encuestas de las últimas horas.
Sólo Kabal, Jalalabad y Mazar-i-Sharif siguen en manos de un Gobierno que se está disolviendo ahora. Los fundamentalistas han ganado y es inútil tratar de comprender hoy lo que va a suceder en un país tan estratégico por su posición geográfica. Rusia Y China ya están listas para disputarse los restos del cadáver afgano. Nada volverá a ser como antes.