(Hoy el cronista se toma un descanso y manda al campo al poeta, o al menos lo que queda de él, para homenajear al Betis y a la ciudad. El cambio fue obviamente decidido por el míster Pellegrini)
Nadie espera el triunfo.
Lo tiene envuelto, como si fuera un bebé recién nacido, en la ropa arrugada
del sueño. Lo acaricia pasándolo por las partes del corazón
y lo muerde en broma.
Lo tiene al lado, toda la vida, aunque no se haga realidad.
Mientras esperamos, ese hombre, esa mujer, ya han ganado. Cuarenta y cinco años
son nada comparados con la inmensidad de nuestros deseos. Son un tiempo
donde cambian los apellidos: entonces estaban los López y los Bizcocho, ahora los Canales y los Sánchez.
Había héroes en ese tiempo lejano, imágenes de televisión ahora descoloridas,
como Esnaola, que más que nadie pudo entender la dirección del sueño,
y ahora están sus hijos, como Miranda, que nos enseñó tan joven
como derrotar con un solo tiro todos nuestros miedos.
No hay piedad en las emociones. El Betis invencible se inclina hoy ante la Catedral
y dialoga con los suspiros burbujeantes del Guadalquivir. La alegría la lleva el viento
y la esparce como pétalos al paso del vencedor.
“Verde que te quiero verde, verde viento, verdes ramas”.
Están en la Historia, héroes verdiblancos. Nuestra Historia.
Solo existe una Historia, la propia, a la que no estamos acostumbrados. Y existe una Historia
que nos une y cambia todas las predicciones. Hemos sabido esperar.
Veo sonreír rostros amigos, los mismos que me dieron la amistad
a cambio de nada recién llegado a esta ciudad. Los veo al final
abrir los brazos para hacer sueños y sentimientos libres, ambos libres.
Como decía Gesualdo Bufalino, “cada día tiro contra mí mismo cien penaltis.
Gracia o desgracia, siempre tomo el palo”.
Es la vida y no podemos corregirla, sino simplemente
amar las excepciones y lanzarnos a toda velocidad con un chapuzón
a la altura del corazón.