Esperado por los desafíos económicos de un país que ya no crece, el nuevo presidente brasileño Lula no ha recibido todavía el debido reconocimiento de su adversario, Jair Bolsonaro. En un mensaje bastante críptico (que, no obstante, autorizó la transición ante el Tribunal Supremo) el líder de la derecha dijo que continuará siguiendo sus “sueños”: “Estamos por el orden y el progreso. Siempre he sido etiquetado como antidemocrático a pesar de moverme dentro de la Constitución”, agregó.
Y mientras hablaba, en una historia que recuerda a la de Trump después de la derrota en las presidenciales estadounidenses, el caos crecía en Brasil: bloqueos de carreteras, tiroteos con víctimas como la ocurrida en Belo Horizonte, y protestas contra el resultado por parte de los seguidores de Bolsonaro. El objetivo es invocar el artículo 142 de la Constitución para “restablecer el orden”, es decir, hacer intervenir a las Fuerzas Armadas. Un golpe de Estado que Brasil no puede permitirse.
El país sudamericano como líder de los BRICS (con un ritmo de crecimiento del 7% al año) se ha hundido a pesar de ser rico en combustibles y metales y tener buenas relaciones en todo el mundo un poco con todos. Como ha escrito en estas horas el Financial Times, “Brasil solo prosperará si su élite política y económica muestra la misma unidad de propósito en la modernización del país que ha mostrado en la defensa de la democracia”.
