Al morir, Silvio Berlusconi se entregó a la Historia, sustrayéndose a la plétora de alabanzas y panegíricos que amigos y adversarios le han tributado en estas horas. Apenas pocos minutos después de la noticia, el vicio italiano de exaltar a los muertos ya había llenado el aire. La complacencia, entre nosotros, es un ruido ensordecedor. Pero Berlusconi, el empresario y el político, fue más inteligente que quien lo siguió o insultó.
Ha sabido manejar y superar con extraordinaria facilidad el mal gusto bajo la nariz con el que lo han acogido – después del “descenso al campo”, Forza Italia fue fundada en el 94 – en el círculo de los que cuentan. No lo querían y sobre todo por una razón que le va muy bien: ha innovado más que cualquier otro, el lenguaje ante todo, ya sea el de los círculos políticos o el de la televisión. Ha llevado a todo un pueblo a creer en los self-made-man como él, a creerlo, a ser más positivos y brillantes, sin contar sus excesos.
En esto su “quien sea laborioso puede ganar” ha sido una bofetada en la cara a las cámaras del poder y a sus atávicos privilegios, casi una revolución, “liberal” habría dicho él. Dirigió las empresas, Fininvest y luego Mediaset, el Milan llevado al techo del mundo, mejor que cualquier otro. Si no hubiera sido por la mancha de los juicios, que en su mayoría habían prescrito y de cuya materia aún se sabe poco, hoy Berlusconi habría sido idolatrado como un santo.
Nadie, en la historia democrática de nuestro país, ha sido llevado a la corte tantas veces, incluso por razones fútiles. Pero él era el demonio que debía ser castigado por parte de la oposición política, demasiado exitoso, demasiado guascone, demasiado moderno.
De él precisamente se ocupará la Historia, por un juicio que en estos treinta años ha sido todo menos equilibrado; de su partido, a menos que la hija Marina cambie de opinión, quedará bien poco, destinado, como un río que con el tiempo agota su fuerza, a confluir más a la derecha, donde siempre lo ha llevado su historia personal, aunque también en las cuatro veces que ha sido Presidente del Consejo haya desempeñado siempre la función de regulador. En esto, nuestro país debe estar agradecido.