Para los artistas las convicciones son prisiones, pero entonces ¿cómo justificar a una tropa de verdaderos artistas del fútbol, que juega con una lucidez increíble y de memoria, que por el contrario cree firmemente en lo casi imposible? Sevilla también demostró ayer en San Sebastián que si no hubiera perdido por ligereza algunos puntos en la calle (ver Elche) en este punto no sólo lucharía por el título, sino que sería la favorita.
El juego es fluido, los oponentes se desmontan en los primeros tiempos. Lopetegui, cuyo trabajo se había puesto en duda tanto que se daba el banquillo de la próxima temporada ya asignado al italiano Simone Inzaghi, hizo de hecho ese salto de calidad que la dirección y los aficionados habían pedido. Sólo con él se puede llegar aún más alto. Y ahora nos atrevemos, como debe ser.
Veintiún puntos disponibles siguen siendo una gran hipoteca sobre el futuro ganador de la Liga. El equipo parece haber hecho un trato para ganarlas todas y sabe que puede. No nos parecen tan lejanos ni el Atlético, ni siquiera Barcelona y Madrid que después de haber conquistado una final de Champions se tambalea en los suburbios de Getafe.
Todo el mundo puede equivocarse. Excepto Sevilla, claro, que parece haber vuelto a ser la perfecta orquesta: su fútbol suena tan claro que quizás ni siquiera nos hemos dado cuenta. El director italiano Federico Fellini decía que el único realista verdadero es el visionario, pero para el futuro de este gran equipo ni siquiera sirve los prismáticos. Está todo claro, en la frente. Siete partidos, ¿qué son?