Como decía Aristóteles, que no era un jugador de fútbol sudamericano, “las personas perfectas no luchan, no mienten, no cometen errores y no existen”. En este mundo de cartón en el que todo tipo de mentira está justificada (en nombre del marketing o de la propiedad social, de la continuidad y de la liposucción), pero el error no, suceden cosas extrañas – o al menos para quien piensa que lo son. Al igual que las amenazas de muerte que el delantero de la selección, Álvaro Morata, tuvo que escuchar después de haber fallado un rigor a la Eurocopa de fútbol. Entre paréntesis, Morata es el mismo que desde ayer es idolatrado por las multitudes por su extraordinaria actuación contra Croacia, partido en el que Roja ha llegado a los cuartos del torneo.
La Gloria, en el mundo de cartón, va y viene. Pero ha hecho bien el entrenador español, Luis Enrique, en decir en conferencia de prensa que “desear la muerte de alguien, como sucedió a Álvaro, es algo que debe ser puesto en manos de la policía”. Ya se habían olvidado las crónicas y los lectores, el personal y los aficionados, todos excepto el mismo Morata. Equivocarse no se puede, tampoco en un penalti.
Estamos obligados a ser lo que el gran público del Gran Hermano pide o espera. También en las calles, paseando. Tenemos que tener esa imagen que la mayoría de los civiles de este mundo nos han pegado. Y así en el 2021 somos menos libres – el poder de las masas es feroz – que en una Edad Media cualquier. Lo que no encaja en el algoritmo diario que nos controla (ya sea el chip de Google o el del vecino) puede ser eliminado. La diversidad, que es un gran valor precisamente porque aporta un punto de vista y de vida diferente, se considera hoy un gran desliz. O algo que no debería existir.
Y así, gente del cerebro elemental adquiere poder en la sociedad, se permite amenazar a Morata y nuestra tranquilidad. Gente que no entiende que lo que ven en la televisión es un juego, pero la vida real no. En el 94, Andrés Escobar, defensor de Colombia, fue asesinado a los 27 años por un autogol en el Mundial de Fútbol. Con su desafortunado gesto, había hecho perder alguna apuesta clandestina a los narcotraficantes que entonces reinaban en el país sudamericano. Seis disparos de ametralladora para recordarle que no debía equivocarse. No tuvo tiempo de reservarse el derecho a no ser perfecto. A decir que es el error que siempre gobierna nuestras vidas o que la perfección (o supuesta tal) es la divinidad de los imbéciles.