El desastre urbanístico que sigue destruyendo costas y ciudades

John Ruskin decía que “la arquitectura es la adaptación de las formas a fuerzas opuestas”, adaptarse, no cambiar sus connotaciones. El brasileño Oscar Niemayer consideraba que la tensión de estas formas debía ser “hacia la belleza y el arte” en primer lugar, de modo que “la sorpresa, el asombro, el inesperado” fueran parte de la obra. En el pensamiento de este genio arquitecto, el asombro, en definitiva, debía ser parte de la armonía. Y hay quien, como el italiano Renzo Piano, siempre ha visto, en la concepción de nuevos edificios, una razón moral: “Hacer arquitectura significa construir edificios para la gente, universidades, museos, escuelas… Todos los lugares contra la barbarie”.

Los edificios tienen su propia moral y, de hecho, las operaciones de construcción ilícitas son un atentado a la libre y pacífica convivencia de los hombres. Todo esto para decir que el desplome estético no se detiene ni en el Algarrobico (https://www.22periodico.es/no-se-puede-derribar-primero-se-necesita-la-anulacion-de-la-licencia-los-jueces-salvan-por-ahora-el-algarrobico-en-carboneras/) , donde tirar abajo el famoso hotel nunca terminado fruto del producto del pelotazo urbanístico todavía parece, a distancia de décadas, una empresa, ni en otros lugares andaluces y españoles que habrían vivido bien sin las coladas de cemento. En Benindorm, además, un lugar cerca de Alicante donde están convencidos de estar en Miami (el paisaje es sólo una decoración de los rascacielos) acaban de terminar lo que podemos considerar un ejemplo de cómo no se construye.

En la llamada “Nueva York del Mediterráneo”, las máquinas amasadoras de las empresas constructoras nunca se detuvieron. El último producto de esta lucha para aturdir la belleza de los muelles españoles es el ya famoso “Edificio en M”: alto 200 metros, 47 pisos, parece el templo de algún clan religioso. Contiene 256 apartamentos que van desde los 250.000 euros hasta el millón de euros. El palacio de “Intempo” se ha ganado el título, una vez terminado, de edificio residencial más alto de Europa. Es el triunfo de la Kitsch, del mal gusto vendido para bien, y se venderá sobre todo a los ingleses, a los que les gusta mucho la diversión – aquà a Benindorm no falta – más que la estética.

Se dice que el entonces alcalde de la ciudad, Pedro Zaragoza Orts, fue a Vespa hasta Madrid para convencer a los funcionarios de entonces de construir rascacielos. Debería haberse quedado en casa, mucha gente cree. Porque lo que queda de esa costa es una destrucción tácita del territorio, algo que ni siquiera se puede ver en las fotos, algo de lo que avergonzarse quizás, restos de la ignorancia estética y cultural de los usuarios de esta orgía de años y años.

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