Cuatrocientas ochenta páginas son pocas para contar toda una existencia auténtica como la suya y muy pocas para sanar heridas que quizás ya no se cicatrizarán. A “El hijo del capitán Trueno”, así que si se titula su biografía, no fue todo suave en la vida, aplastado por la necesidad de sobrevivir todos los días “a dos monstruos que tanta sombra y eclipse mi causaban”. Los dos en cuestión son el torero Luis Miguel Dominguín y la actriz italiana Lucia Bosé. Su hijo es Miguel Bosé, actor, cantante, artista poliédrico, no amado por todos, pero verdadero.
Dice del padre: “No llenaba sus expectativas… el Dios en la tierra en aquel entonces debía ser cazador, grosero, bruto, mujeriego y decir palabrotas y yo no hacía nada de eso. Tenía demasiada sensibilidad, me gustaba la lectura, la biología, viajar por el atlas, tenía un mundo que no entendía”. Una distancia sideral aquella entre él y su padre, que el cantante dijo que había perdonado.
Pero los abismos y las sombras también se referían a la relación de los padres. “Miguelito”, así lo llamaban, revela al respecto en el libro lo que sucedió después de la separación: “Sin calefacción, con mucha miseria, con mucha dignidad, manteniendo las apariencias, pero ya no estaba mi padre. Fueron años terribles, pero él no estaba”.
Y en el papel paterno aparece, entre las páginas, en el relato de una vida que siempre ha estado a merced de su carácter y de su arte, Pablo Picasso: “Recuerdo los detalles, los olores, los ambientes, los diálogos, lo que se dijo… Cierro los ojos y recuerdo todo… era como un abuelo, una persona que me enseñó muchas cosas y me prestó mucha atención. Me conocía mucho mejor que mi padre. Me llevó a la primera clase de baile, no sé qué vio en mí, que era especial. Me llevó a la escuela, a pintar con él, me enseñó sus cosas, sobre el arte, y me pidió que le dijera lo que pensaba y nadie me lo pidió. Me sentía importante con él”.