(P. Fernando Pascual) – En muchos sistemas democráticos, los parlamentarios son elegidos porque han aceptado entrar en las listas de un partido político.
Ello implica que cada parlamentario, en cierto modo, debe responder a los votantes que eligieron ese partido concreto al que pertenece o, al menos, al cual ha sido invitado.
Surgen, sin embargo, problemas no pequeños cuando un parlamentario llega a la conclusión de que ciertas leyes propuestas por su partido irían contra la justicia y provocarían daños para el bien común.
Ante situaciones de este tipo, inicia una lucha en la propia conciencia: ¿mantenerse fiel al partido, o romper la “disciplina de voto” y enfrentarse al partido para rechazar una ley considerada como negativa?
Es fuerte la presión del partido para que cada parlamentario vote según lo que decidan sus dirigentes. Pero también es importante reconocer que, por encima de partidos y de presiones, existen principios fundamentales que siempre han de ser respetados.
Por eso, cuando se presenta una ley promovida por el propio partido que llevará a enfrentamientos sociales injustificados, que desprotegerá los derechos de los más desfavorecidos, incluso que permitirá acciones tan dañinas como el aborto o la eutanasia, un parlamentario tiene que armarse de valor para contradecir a los compañeros de su grupo parlamentario.
No es fácil hacerlo, sobre todo cuando hay normativas que, bajo la idea de “disciplina de partido”, coaccionan a todos los parlamentarios a someterse a lo que se les mande “desde arriba”.
Pero en la vida política hay algo mucho más importante que la disciplina de partido: la fidelidad a la propia conciencia cuando ésta marca claramente que ciertas normativas y leyes van en contra del bien auténtico de la gente.
Cuando un parlamentario se encuentre ante la pregunta “¿el partido o la conciencia?”, podrá responder correctamente si tiene claro el sentido auténtico de cualquier sistema político: promover el bien de todos los miembros de la sociedad, desde medidas y leyes que se basen en la verdad y la justicia.
Si su respuesta se orienta al bien verdadero, será un valiente “no” a una ley injusta, aun a riesgo de ser castigado por su partido. Quizá ello implique “perder” el propio puesto en el parlamento, pero será mucho más lo que gane desde la propia honestidad y desde el amor a la justicia.