“Enviado especial de incógnito” a un hospital psiquiátrico en nombre de un periódico italiano, tan inteligentemente irónico que cuenta a los lectores de sí mismo, porque el enfermo era él, el escritor Vitaliano Trevisan vive incluso muerto las contradicciones en las que lo han querido encerrar. Como dijo en esos reportajes, fue la ex compañera, que vivía a cientos de kilómetros de distancia y quizás lejos de él más que la distancia física real, la que lo quería allí, en las habitaciones blancas y frías de un manicomio. Ella pensó que él no estaba bien y por eso pidió ayuda. Pero ningún escritor está bien.
Y hoy que su ciudad debería homenajearlo como se merece, con conferencias quizás o alguna trompeta de vez en cuando para recordar a todos que circo es la vida, actua en cambio como la inconsciente compañera hace un año y es decir crea problemas que no existen. Dicen los técnicos municipales de Vicenza y las autoridades todas juntas que Vitaliano no puede descansar, ahora que ha decidido hacerlo, en el cementerio de Vicenza. Es de Sandrigo y no de la capital de provincia y no puede ser enterrado allí, quizás junto a sus colegas Piovene o Fogazzaro por ejemplo.
Siguen siendo veinte kilómetros, una distancia inconmensurable que no no ha sido suficiente a un gran escritor como Trevisan para borrar los orígenes y decir, como piensan los artistas, que eres de cualquier lugar. Veinte kilómetros de barreras culturales, muros y alambres de púas porque, como se sabe, la burocracia siempre gana y la ignorancia también, porque siempre debería haber un concurso, una competición, una licitación al alza para enterrar a un escritor.
Pero no es el momento, Vitaliano. Has contado las dificultades de la vida y la imposibilidad a veces, o siempre, de ser tú mismo alejándote de tu vida personal. Es un “mundo maravilloso” este aquí – tiene el mismo nombre que una tuya antología – que todavía es incapaz de distinguir entre unos y otros, vivos y muertos, y entre los muertos que se autoeliminaron y los otros muertos.