Después de anotar un gol en la apertura, con 60.000 ingleses gritando tan fuerte, ya convencidos de haber conquistado la copa, que Wembley se convirtió en un infierno, con los jugadores de Mancini que parecían sufrir de un golpe el cansancio de los encuentros anteriores, con una Inglaterra echando espuma a la rabia de 55 años sin un título ni europeo ni mundial, el destino de Italia parecía marcado. Los leones britanicos habrían ganado el título que sólo en su casa (incluso en el mundial del 66 ganaron en Londres) se permiten de conquistar. No tenían en cuenta el carácter italiano.
Italia, poco a poco, ha retomado el partido, jugando por fin el espectacular fútbol que la ha hecho la merecida campeona de Europa. Paso a paso, toque a toque, la malicia correcta para detener a los oponentes endemoniados. Minutos a minuto se han convertido en los dominadores del campo. Impulsados por la vieja pareja central de defensa, Chellini y Bonucci que juntos de años cuentan 70, de Verratti y Jorginho que en el mediocampo tocaron todos los balones, de Chiesa que en ataque volaba, impulsados sobre todo por ese carácter que permite a los italianos nunca hundirse del todo, los Azzurri primero empataron, en el segundo tiempo, con Bonucci y luego siguieron atacando.
Wembley poco a poco se hizo silencioso. Por poco Italia no ganó en los tiempos reglamentarios y en la prórroga. Se ha llegado a los penaltis y a esta altura – pero quien se entiende de fútbol, ya lo sabía – ha salido el protagonista de la pelicula, Gigio Donnarumma, 22 años pero parece que hay cien en cuanto a experiencia, que ha parado tres penaltis de cinco. Fue justamente coronado como el mejor jugador de la manifestación. Italia es campeón de Europa porque ha jugado bien y ha sido sabia, sin olvidar su ADN, que está hecho de sufrimiento y sacrificio. Mérito de Roberto Mancini, el señor que revolucionó el clásico juego de los Azzurri.