La política entra en juego, no podía ser de otra manera. En el Mundial que se está jugando en Qatar ha sido suficiente esperar la segunda jornada y ya el fútbol ha pasado a un segundo plano. Los jugadores de Irán, que se enfrentaban a Inglaterra, se negaron a cantar el himno nacional en protesta abierta contra el régimen y a favor de las protestas populares que desde hace dos meses paralizan el país, tras la muerte de Masha Amini, de 22 años, por la Policía Moral (la cifra total es, a día de hoy, de cientos de muertos y unos 14.000 detenidos, muchos de los cuales corren el riesgo de la pena de muerte).
Los jugadores han decidido dar a conocer al mundo cómo piensan también sobre los derechos de las mujeres y el comisario técnico de la Selección Queiroz los ha subrayado: “Quien no quiera apoyar a estos chicos, debería quedarse en casa. Por supuesto, tenemos nuestras opiniones y las expresaremos en el momento adecuado. Todo el mundo sabe que las circunstancias actuales del entorno para mis jugadores no son las mejores. Son seres humanos, son niños. Solo tienen un sueño, jugar por su país. Estoy muy orgulloso de la forma en que siguieron luchando”. El estadio se ha dividido, muchos han silbado a sus favoritos.
Por su parte, Inglaterra (que luego arrolló a sus oponentes con una puntuación de 6-2) protestó, como de costumbre, contra todo tipo de discriminación, arrodillándose antes del partido en solidaridad con el movimiento Black Lives Matter. Al capitán Harry Kane, los organizadores del Mundial prohibieron el uso de la banda arco iris, reemplazada por un genérico “No a la discriminación”. Escenas de este género se repetirán en los próximos días. ¿Era justo el caso de organizar un Mundial en un país poco libre?