A la espera de nuevas conversaciones, que en estos momentos son de poca utilidad, los rusos han empezado a bombardear indiscriminadamente con artillería y aviación, tanto en Kherkiv como en Kiev. La capital está rodeada, 60 kilómetros de tanques y tropas desde el norte han llegado a las afueras de la ciudad. Es fácil prever que si nadie detiene el ataque ruso será un asedio sangriento, una verdadera guerrilla urbana con los ucranianos que ya han demostrado su capacidad de resistencia.
Nos dirigiremos a una masacre de civiles. Hasta ahora, Putin ha necesitado cinco días de lucha para contar las víctimas entre los soldados y enemistarse con el mundo. De ahí la orden, fallida la operación relámpago, de bombardear sin piedad, como está sucediendo en Karkhiv, segunda ciudad de Ucrania, donde se está consumiendo un baño de sangre.
El presidente de Ucrania, Zelensky, instó a Rusia a “no perder tiempo” en Kiev y ha subrayado que las conversaciones entre los dos Países ayer se produjeron “en el marco de bombardeos y de golpes que apuntaban a nuestro territorio, creo que Rusia intenta de esta manera sencilla presionar”.
Putin está en dificultades y puede haber elegido la vía militar más sencilla: la masacre. Pero, advierten los analistas internacionales, debe estar atento también en su casa, porque no todos los oligarcas le han permanecido fieles. La destitución de Putin, aunque sea improbable en este momento, es considerada como una de las posibles soluciones al conflicto: hipótesis a considerar posible a medio plazo (la economía rusa está en ruinas después de las sanciones, se necesita el doble de rublos para comprar un dólar, S&P redujo el rating de cuatro bancos, las filiales rusas de Raiffeisenbank y Unicredit, así como Gazprombank y Alfa-Bank), pero altamente improbable ahora. En las últimas horas una base militar ucraniana ha sido golpeada por misiles a 25 kilómetros al noreste de Kiev. El círculo se estrecha.