Quedan menos de veinte mil. En la República de Artsakh, así la llaman ellos, los armenios son ahora moscas blancas. Eran 120.000 los que vivían en el enclave disputado desde hacía treinta años de Nagorno Karabaj. Ahora es solo un éxodo atormentado hacia la capital Ereván. Azerbaiyán, primero con la llamada “operación antiterrorista” (bombardeos por todas partes) y luego con las tropas por tierra, ganó la guerra que duró tres décadas y obligó a los armenios a irse para siempre.
Una especie de limpieza étnica que según los azeríes es solo una “evacuación forzada”. Pero el bloqueo de nueve meses del único paso posible para escapar, el de Lachin, donde pasaban medicinas y víveres, hizo el resto. El testimonio del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados, Filippo Grandi, es dramático: “Muchos están hambrientos, agotados y necesitan ayuda inmediata”. Una misión de la ONU llegará a Nagorno Karabaj para ayudar a quienes, por otro lado, no tienen ni un pariente ni apoyo.
El contingente de paz ruso, formado por dos mil soldados que patrullan la región desde hace tres años, asiste impasible a las tragedias sin mover un dedo. Bakú también ganó porque Moscú decidió no tomar partido en el conflicto (los rusos siempre han sido socios de los armenios), después de que Ereván se haya acercado a Occidente en los últimos tiempos.