“Los últimos 11 kilómetros cuadrados de libertad en Mariupol se han convertido en un infierno”, dice una fuente del gobierno ucraniano sobre lo que está sucediendo en la acería Azovstal. Es el último bastión de la resistencia. Una vez conquistada la inmensa instalación, Putin ya habría reunido a una parte de Ucrania, desde Donbass hasta el Sur, y podría decir a su opinión pública que ha ganado. Otra de las grandes mentiras del Querido Líder ruso.
El problema es que los ucranianos, encadenados dentro de la acería, no se rinden, con subterráneos y búnkeres construidos para resistir incluso ataques nucleares. Los rusos bombardean desde afuera, Putin dice que salvaría la vida de los civiles escondidos allí, tal vez, pero Kiev ha dado la orden de no rendirse a los militares que luchan, incluido el famoso batallón Azov.
Terminará en otra masacre, esta vez lenta, apetecible para las televisiones de todo el mundo porque se parece a una película. El bastión Azovstal será destruido como toda la ciudad de la que forma parte, Mariupol, en la que quedan pocas casas de pie. Entre otras cosas, la acería fue construida por los propios rusos en 1930. El alto horno fue apagado solo cuando la ciudad mártir de Ucrania vivió otra tragedia, la nazi: Alemania ocupó estas costas en 1941.
Putin ha dicho en los últimos días que en Azovstal – después – no tendrá que volar ni una sola mosca. Los ucranianos recuerdan lo que sucedió en el Holodomor en la década de 1930, cuando Stalin pretendió “colectivizar” los campos soviéticos (por supuesto, exigiendo un soborno desproporcionado de los productores de trigo). Cuando los campesinos se opusieron y no quisieron entregar sus bienes al Estado soviético, Stalin con una represión bestial los hizo “morir de hambre” (es el significado de la palabra “Holodomor”). Cuatro millones de muertos entre los ucranianos, un genocidio. La explicación de por qué un pueblo se resiste tan ferozmente a los rusos está en la historia (la verdadera, no la que Putin escribió para los rusos).
