No será suficiente la elección del ex ministro de Justicia, Amir Ohana, como nuevo presidente de la Knesset, la primera vez en la historia que un homosexual ocupa este cargo. No basta con enviar mensajes conciliadores a la comunidad LGBT o al país. El nuevo gobierno israelí es una mezcla de ortodoxia (dos partidos) y listas de derechas poco moderadas.
Benyamin Netanyahu reunió a todos, incluso a grupos como los sionistas religiosos y el Poder Judío, para ganar una mayoría limitada (64 de 120 escaños). Demasiado para el primer ministro saliente, Yair Lapid, acusado por las derechas ahora en el poder de “haber dejado un país devastado”: “El nuevo ejecutivo es peligroso y extremista”.
Aparte de los elogios de rito a Netanyahu de todo el mundo por el equipo que jurará el 2 de enero, las preocupaciones por un gobierno radical no son pocas: las relaciones con Irán nunca tan tensas, el intento de limitar los poderes del Tribunal Supremo, el aumento previsto de los fondos concedidos a las organizaciones ortodoxas. Lo que los analistas internacionales consideran un paso peligroso hacia el dominio de la religión sobre el Estado.