Ribera del Duero es todo un encanto

Plácida corre nuestra sangre cuando probamos los vinos complejos y refinados, aunque primordiales y de los olores antiguos, de Ribera del Duero. Apacibles como el río que atraviesa la meseta durante más de cien kilómetros y, sobre las orillas de hasta treinta kilómetros, espléndidos viñedos nos dan las coordenadas de dónde estamos: en una de las Españas más verdaderas, entre las provincias de Burgos, Valladolid, Segovia y Soria, en un país de grandes vinos y emociones.

Si no fuera por la obstinación creativa de Don Eloy Lacanda y Chaves, que en 1864 de vuelta de los estudios de Enología en Burdeos decidió que también aquí, en estas tierras suyas, se podrían producir en el tiempo vinos de extraordinario linaje como los franceses, Quizás no estaríamos aquí escribiendo esta historia de éxitos. Fue él quien implantó los primeros viñedos, los primeros hijos de una tierra que sólo esperaba, y sólo tomó décadas de sacrificio y pasión llegar al Único de Vega-Sicilia, la tarjeta de visita universal que llevó la enología española a la cumbre de la mundial.

Único, que madura y se prepara para presentarse ante nosotros, diez años en un barril. Tierra de apuestas y empresarios iluminados, como Alejandro Fernández que sólo apuntó al Tinto Fino, produciendo el encanto del Pesquera Tinto y demostrando a sí mismo y al mundo que esas uvas, esa “sangre” fruto de la tierra, bastaban para emocionar el gusto.

Ha sido necesario tiempo y aplicación para llegar hasta aquí, a 270 productores, a la Denominación de Origen Controlada que fue concedida en 1982, a ser consagrados como marca internacional. Bastaba intuir que el Duero donde fluye trae regalos: desde nuestra Ribera a Rueda y Toro, a Portugal, donde antes de terminar en el Atlántico, hace fértiles las zonas de Porto y Duero. Napa Valley está aquí. Pero con un mérito adicional con respecto a los californianos: una gran historia detrás y las variaciones térmicas importantes como valor añadido para la calidad.

Complejo e intenso, pleno y expresión directa de la tierra que lo genera, el Ribera del Duero nace Tempranillo combinado en parte con Merlot, Cabernet Sauvignon, Malbec, Garnacha y blanco del Albillo. Es un rojo estructurado y tanino, simple y afrutado como Joven, con aromas de cereza, vainilla y especias en la Crianza y potente en el Reserva (mínimo tres años en barrica) y Gran Reserva (Cuando está listo, los productores lo deciden, no hay un pliego de condiciones, sólo la calidad triunfa). A dos horas de Madrid hay un mundo encantador, también de crecimiento sostenible y objetivos compartidos. El escenario es ahora el planeta entero, curioso también de saber cómo una pasión se convierte en negocio de éxito en poco más de un siglo y permaneciendo fiel a sí misma.

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