Sin Suso y Ocampos, y sin Bono ni Rakitic, Sevilla en la calurosa noche del primer desfile necesitaba magia, algo más de lo normal, para mostrar sus calidades y celebrar con su gran público, finalmente sentado en las gradas después de más de un año de ausencia. También los magos de anoche tienen nombres extraños pero bien conocidos por los aficionados al fútbol: uno se llama Lamela, la mayor promesa argentina de la última década que luego se ha perdido un poco en el camino y que apostamos volverá grande aquí en Sevilla sin presiones, y el otro Papu Gómez, que el año pasado mostró el cincuenta por ciento de lo que es capaz y este año está dispuesto a ser el ídolo de los sevillistas.
Fueron ellos los que hicieron triunfar un equipo que se contentaba con el gol inicial de El Nesyri y sobre todo con el hecho de jugar once contra diez: Luca Zidane, el portero del Rayo, había sido justamente expulsado al cuarto de hora. Han sido Lamela (“Ha hecho un buen trabajo con el premio de los goles sin poder haber jugado ningún amistoso con nosotros” comentó Lopetegui) y Papu a abrir el escenario (además de un buen Idrissi que ha causado también la falta del penalti), a hacer vislumbrar de lo que es capaz este equipo en construcción. Un Rayo asfaltado dice poco, pero cierto Augustinsson (oficial), Delaney y Corona (si se confirman los fichajes como parece) traerán más talento a Sevilla. Con laterales de ataque y calidades de este tipo asustas a todos.
Lopetegui destacó al final del partido que la victoria vale más “tras haber superado todas las dificultades que ha tenido”. Un equipo, dice el señor, que ha hecho “un gran esfuerzo superándose en la adversidad, pero así es el ADN de este equipo”. No fue un período fácil. La respuesta fue la de un gran equipo.