Articulo de P. Fernando Pascual – Resulta fácil contraponer lo natural y lo artificial. Lo que no resulta tan fácil es explicar los motivos de tal contraposición y algunas consecuencias importantes que puedan derivarse de la misma.
Que una planta crezca solemos considerarlo como algo natural. Que se construya un alto edificio de cemento lo declaramos algo artificial.
Quizá haya fenómenos naturales que tienen cierta semejanza con la producción técnica de los seres humanos, por ejemplo, la construcción de una colmena por parte de abejas o avispas. Pero este caso también solemos considerarlo como algo natural, que se explica gracias a un instinto que dura desde hace miles de años.
Ante los muchísimos casos donde lo artificial es atribuible plenamente al ser humano, tienen sentido preguntas tantas veces formuladas en el pasado, y que son todavía más urgentes en el presente: ¿todo lo producido artificialmente sería bueno? ¿O hay productos técnicos dañinos?
Tales preguntas están acompañadas por una idea más o menos consciente: producir algo de modo artificial implica cierta responsabilidad respecto de nosotros mismos y respecto de las demás formas de vida que conviven con los humanos.
Esa responsabilidad solo resulta admisible si aceptamos que existe una fuerte diferencia entre las actividades naturales de todas las especies vivientes del planeta, y las actividades (naturales y no tan naturales) propias de nuestra especie.
Esa diferencia se explicaría, en algunas visiones filosóficas, gracias a la existencia en el hombre de una inteligencia y de una voluntad que permiten realizar actos libres y creativos, desde los cuales surgen numerosos y muy variados productos técnicos construidos a lo largo de la historia.
Es cierto que existen otras visiones filosóficas que no admiten ninguna diferencia radical entre las acciones humanas y las acciones de otros animales. Pero en esas visiones sería difícil admitir una distinción entre lo natural y lo artificial, pues todas las acciones humanas (incluso las propias de tecnologías muy sofisticadas) serían tan naturales como las de esos animales.
Si se llega a la conclusión anterior (lo técnico, en el fondo, también sería natural), resultaría sumamente difícil acusar a los seres humanos de provocar daños culpables en el mundo con sus actividades técnicas, pues habría que declarar lo técnico como natural.
En realidad, la tecnología producida por el ser humano supera en mucho lo que se puede explicar con las leyes naturales que rigen el comportamiento de los animales. Por eso mismo, podemos juzgar por sus acciones técnicas a los seres humanos cuando producen daños de mayor o menor gravedad en nuestro planeta.
Parece, entonces, claro, que la diferencia entre lo natural y lo artificial se explica adecuadamente cuando reconocemos que nuestra especie tiene características que la hacen diferente de los animales. Esas características fundamentan la enorme responsabilidad que tienen nuestras acciones sobre nosotros mismos y sobre el conjunto de vivientes que comparten nuestro mismo planeta tierra.