De poco sirvió que llevara una corbata con los colores, verde y púrpura, de Wimbledon. Los británicos no tuvieron piedad de Bum Bum – así lo llamaban por el poder de sus golpes – y lo enviaron a prisión por evasión de impuestos (tendrá que cumplir la mitad de la pena de dos años y medio). Según la corte de Southwark, Boris Becker, uno de los mitos del tenis de los años ochenta y noventa, mintió, después de la quiebra de hace cinco años por un préstamo bancario no devuelto, sobre propiedades y acciones en su poder, transfiriendo capital a las cuentas de los familiares. Todo se puede decir y hacer en Londres, excepto mentir a Hacienda.
Becker se estableció en Wimbledon, donde ganó a los 17 años (ganó dos más, el Open de los Estados Unidos y muchos otros torneos de Grand Slam hasta convertirse en el número uno mundial en 1991). Una carrera fenomenal, con estrellas como Lendl, Agassi y Sampras como adversarios. Lo que tenía éxito en el campo, parecía escapar de él en la vida normal, desde el primer divorcio millonario con Barbara Feltus hasta la hija “secreta” con la modelo rusa Angela Ermakova.
Entre amantes, ex esposas, hijos, Becker se encontró con más deudas que ingresos y así llegó, ya hace veinte años, la primera condena por motivos fiscales, cuando vivía en Monte Carlo. Comentarista de televisión en varias transmisiones, la suerte y el éxito parecían haber regresado hace diez años cuando comenzó a entrenar al tenista serbio Novak Djokovic, que en el período de colaboración con el alemán ganó siete Slam. El último capítulo de la historia es el de hoy.