Ya hemos leído críticas honestas pero excesivas a este equipo por el desafortunado resultado del partido de ayer. Que tuvo miedo – y quien escribía entendía miedo de crecer. Que con la cabeza ya estaban en Madrid para el próximo encuentro. Que la Liga estaba al alcance de la mano y bastaba una sola cosa para conquistarla.
Siempre hemos subrayado que los sueños deben ser cabalgados, dulces y merecidos como lo ha sido este año gracias a un equipo que siempre ha jugado bien al fútbol. Pero entre los sueños y la realidad hay, a menudo, tropiezos. Puede suceder. Todo el mundo habría glorificado hoy al grupo de Lopetegui y Monchi si Al-Nesyri, por ejemplo, hubiera tenido suerte con esos grandes remates que hizo, o si el árbitro hubiera…
Pero hoy sólo hay una cosa que creo que hay que hacer: levantarse y aplaudir la extraordinaria cabalgata de un equipo que se ha calificado con gran anticipación a la Champions, nos ha hecho disfrutar de un gran fútbol, una encantadora mezcla de técnica y pasión, y que nos ha regalado emociones. No tengo sentimientos que por eso. No tiene sentido pensar lo que podría haber sido. Todavía hay una brecha con los otros contendientes, muy endeudados y esto es quizás la razón (no debemos añadir nada más), que con una buena programación – ya en curso – debería ser colmado. El futuro es todo de Sevilla. Ni siquiera he visto el gol del vasco Williams y, por si acaso, ya lo he olvidado.