Lo que ven en la foto es el cuerpo congelado de una madre afgana que, después de haber dado sus calcetines a sus hijos de 8 y 9 años y haber puesto al pie de bolsas de plástico, murió de frío y de penurias. Los dos pequeños, por suerte, aunque en hipodermia, se salvaron y fueron alimentados en el pueblo iraní de Belesur. Esa mujer es el símbolo de todos los muertos olvidados de una guerra que no aparece en los periódicos.
Después de haber cruzado todo Irán con sus hijos pequeños, o hay un muro (Turquía construyó uno de trescientos kilómetros justo en la frontera con Irán) y por lo tanto las condiciones inhumanas de un improvisado campo de refugiados o la muerte. Los pocos afortunados terminan, pagando bien, en los barcos de los traficantes turcos que llegan a las costas italianas, once mil el año pasado. Sólo el día de Navidad hubo tres náufragos.
El cadáver de la foto es la víctima predestinada de las indecisiones y de los acuerdos fallidos entre países, así como de las decisiones políticas de dejar Afganistán en manos de los talibanes, con el resultado de millones de refugiados. Que descanse en paz la madre de los dos niños y encuentre un mundo más acogedor que este bestial que estamos viviendo.