No puede asustar el Rayo Vallecano que salió del sorteo de hoy. Entre el Betis y la final de una Copa del Rey que parece estar al alcance hay dos partidos: el 9 de febrero en Madrid y el 2 de marzo en el Villamarín. Son los del Rayo que deben tener miedo de conocer a un equipo que es perfecto engranaje mecánico que hace entretener a los espectadores, juega con cantidad y calidad, y tiene solistas que expresan en el campo toda su clase. No recordamos a un club que en un año ha tenido un crecimiento tan exponencial, tanto en el campo como fuera (el asunto derby se ha gestionado bien y no era simple, las renovaciones contractuales ya dan la idea de un futuro estable entre los grandes de Europa).
Todo mérito del señor Pellegrini, cierto, que también en la sala de prensa hace saber que no se contentan todavía, elevando aún el listón a la manera en que razonan los grandes, pero también de la madurez de un vestuario compacto: quien vaya al campo cumple su deber. Faltaban Pezzella y Guido y nadie se dio cuenta. Juanmi y Carvalho estelares. El milagro de Rui Silva que no se olvidará.
Se jugaba, es bueno recordarlo, en un estadio difícil de conquistar y contra una Real Sociedad que hace del juego y del agonismo sus mejores cualidades. El Betis pasó sobre los vascos como un rodillo compresor con una simplicidad desarmadora: aplastó y dominó, Robocop futbolístico, oponentes que todavía tienen dolores de cabeza.
No queremos hacer predicciones: siempre quedan cortas. Este Betis puede cualquier cosa y el hecho de jugar sereno, sin tener límites o preocupaciones de objetivos, es el arma adicional. Con el Villareal es un choque directo, aunque los puntos de distancia entre los dos equipos son muchos. Un partido crucial para entrar, de hecho, en Champions en la próxima temporada.